Sergio Fiscella. SOCIOLOGO (UBA).
Alguna vez le escuché decir a Adolfo Castelo que él tenía un péndulo que iba dos veces seguidas para el mismo lado. La metáfora sintetiza muy bien la situación del sistema previsional. Primero porque, a casi 10 años de la reforma estructural de 1994, estamos parados ante la misma discusión entre lo privado y lo estatal. Y segundo, porque el futuro pronostica más continuidad que ruptura.
El sistema mixto argentino es excluyente y nada democrático. La capitalización es un gran negocio y el régimen de reparto es injusto. Es hora de debatir una reforma que inaugure la seguridad social universal y democráticamente concebida por sus interesados directos.
La discusión actual parece seguir centrada en resoluciones econométricas y aspectos anacrónicos que ignoran la dinámica social. Pero las cosas cambian:
El mercado de trabajo ya no sostiene la seguridad social. Era un esquema pensado para el pleno empleo, no para momentos con alto grado de informalidad, es decir trabajo en negro, y desempleo. Deberíamos analizar seriamente si la variable empleo sigue siendo la principal para la previsión, dado que, si lo es, resultará injusto para los pocos trabajadores asalariados.
El envejecimiento poblacional tiene un claro impacto en el sistema. Su dinámica es irreversible en el corto y mediano plazo, pero tampoco hay estudios oficiales que se anticipen a los efectos de largo plazo.
Planteo además reemplazar la solidaridad intergeneracional por la social. De lo contrario, si aceptamos el envejecimiento como ley natural, llegará el día en que no habrá jóvenes ni adultos para sostener a los viejos (durante esa transición tendrían que pagar más impuestos) y por ende no habrá previsión posible.
Hay que cruzar los pronósticos de colapso con creatividad, para alcanzar verdaderos sistemas universales. La historia nos convoca a repensar la previsión social y su modelo.
Clarín 01/02/2004
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